El Tesoro del Inca - Cajabamba


Una caravana de llamas cargadas con oro y plata y guiadas por unos seis indios se dirigían por el Valle Condebamba hacia la fortaleza de Ichoca. La caravana era presidida por dos jinetes españoles que habían ido hasta Huamachuco a apurar a los indios para que lleven el cargamento.

De aquí al sol y medio llegaremos a nuestro destino – dijo el jefe de los aborígenes incas llamando Llampu Simi, mientras descansaban de un largo y tedioso día de camino.
- Ojalá así sea – respondió uno de ellos llamando Apu Kachay.
- Estamos retrasados – comentó uno más, llamando Huacacolqui.

- Si, contesto Llampu Simi; pero no es nuestra culpa, los río no nos dejaban pasar, y si nos arriesgábamos corríamos el riesgo de perder el cargamento.
- Duerman, duerman, ordenó el jefe indio, mañana llegaremos a Pomarongo y de allí a Cajamarca.
- ¿Qué será de mi señor?, musitó el mas joven de los indios de nombre Wayna Kari. ¿Qué humillación! ¡Nuestro señor encerrado!
- Será la voluntad de Wiracocha, dijo Llampu Simi.
Al oír este nombre todos los indios que estaban acostados y sentados, inmediatamente se pusieron de rodillas, con la cara inclinada al suelo, durante medio minuto aproximadamente reinó el silencio luego volvieron a su posición normal. Wiracocha era el nombre más sagrado del imperio y la sola mención de ellos merecían respeto y adoración.

Al siguiente día temprano llegaron al punto antes previsto, Pomarongo, lugar donde cruzaron un puente de piedra para salvar una gran profundidad de más de 60 metros. Los dos españoles habían esperado que pasasen primero los indios y las llamas para luego pasar ellos, pero los caballos no estaban acostumbrados a pasar por un puente tan angosto y con una gran profundidad. De todas maneras cada quien jalaba su caballo; pero el último cuando estaba por la mitad se asustó y se cayó.

El jinete dueño del caballo por poco se cae también tratando de controlarlo. Fue una experiencia trágica y penosa para los españoles porque habían perdido el animal con el cual se sentían más seguros frente a los muchos indios que había cerca de ellos. Cuando estaban subiendo el trecho del cerro que ahora se conoce como la Cuesta del Hombre; un indio que bajaba corriendo les dijo que ya no lleven el cargamento de oro porque Atahualpa había sido asesinado y siguió corriendo como alma que lleva el diablo.

Entonces, la cólera, estupor y miedo invadió a los indios que llevaban el valioso tesoro en más de 40 llamas. Los indios dieron media vuelta y se dispersaron asustados tal vez pensando que sus vidas también corrían peligro. Los españoles que estaban en un solo caballo y que llevaban la delantera se quedaron totalmente confundidos al ver como los indios se dispersaban asustados y sin poder hacer nada. Luego una vez que estaban lejos de los españoles, el jefe indio de la caravana ordenó esconder el valioso cargamento para que nadie lo encuentre.

Ahora bien, de La Grama a Cajamarca se puede decir que hay un día de camino; entonces ¿Dónde exactamente enterraron o escondieron tan fabuloso tesoro? Algunos piensan que lo tiraron a los pozos de agua caliente que hay cerca de allí; otros piensan que se encuentra cerca de Chancay, por un lugar que se llama la Cuesta del Hombre, o Camino del Inca; y aún otros piensan que lo tiraron a las profundidades donde cae la catarata del Crisnejas; por último ¿No será que lo enterraron en Malcas? Allí hay un montículo que bien parece ser artificial y le llaman El Cerrillo de la Condesa, donde se piensa que existe algo muy valioso dentro de él y se tejen infinidad de rumores, como que el cerro está encantado, que escuchan el ruido de un trapiche moliendo, que cuando tratan de excavar sale y aunque algunos han sacado huacos de las cercanías, generalmente se acerca por temor y superstición, a la que se han visto sujetos desde hace muchísimo tiempo. ¿Estará allí el tesoro de los incas? O de repente se encuentra en algún lugar del Huayo. 
Cuentan que cuando estaban haciendo la carretera de Cajabamba a Cajamarca, uno de los ingenieros que allí trabajaba, encontró justamente en la curva del Huayo, una enorme media luna de metal muy pesado. Inmediatamente trajo una camioneta de las que usaban para su trabajo, lo puso en ella y partió, nunca se supo de él; posiblemente era oro parte del rescate que llevaban a Cajamarca.

Fuente: "Crónicas y Leyendas de Cajabamba". Carlos Quevedo Guerra