CAJABAMBA: El Mininter registra 204 prófugos con denuncias por ultraje sexual en Cajamarca

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Felícita P., madre de la niña que denunció las múltiples violaciones del profesor Luis Vásquez, en Cajabamba, asegura que los docentes callaron ante los abusos. Vásquez se suicidó tras ser capturado. (Foto: Dante Piaggio/Enviado especial).


Demonios en Cajamarca: violaciones contra menores consternan a región

El Mininter registra 204 prófugos con denuncias por ultraje sexual en Cajamarca. Más de 105 son acusados de atentar contra niños




Antes de intentar ahorcarse, la noche del 22 de diciembre del 2015, Angelita había dispuesto todo para que su muerte sirviera de alerta. En una hoja de cuaderno escribió que fue violada por su profesor durante tres años y que el mismo martirio lo tuvieron cinco compañeras de su aula. Dejó el papel sobre un batán, a la entrada de una casa abandonada del caserío de Cau Cau, distrito de Namora (Cajamarca). Al lado, colocó el celular al que el profesor la llamaba siempre para amenazarla.

La niña de 12 años iba a terminar con su vida en el mismo silencio que la carcomía, pero María, su madre, la encontró a tiempo. Angelita tenía alrededor del cuello un cable de electricidad que no había logrado atar a la única viga de la casa deshabitada. Lloraba ahogándose, pero al fin pudo confesar que el violador se llamaba Alamiro Malca Guevara, entonces el docente más antiguo del colegio primario Segundo Briones de Namora. También, que Malca perpetraba los abusos en el aula, durante horas de extensión de clases y, muchas veces, drogando a sus víctimas.
La policía de Namora no capturó al profesor, pese a que en los días posteriores las otras niñas ultrajadas también lo señalaron. Lo atrapó la ronda campesina del distrito y lo hizo confesar, pero tuvo que liberarlo porque la orden fiscal de arresto no llegó. Hoy Malca es uno de los 204 prófugos con denuncia por violación sexual en Cajamarca. De esa cantidad, al menos 105 son acusados de ultrajar a menores. Cajamarca registra en el año el mayor índice por el referido delito, según el Ministerio del Interior.

Namora está a 28 kilómetros del centro de Cajamarca, pero es un espejo de la vida en las comunidades con más violadores de la región. Es martes 5 de diciembre y en la comisaría del lugar solo hay una agente que esta tarde tiene a cargo la seguridad de unos 10 mil pobladores. El responsable de la Demuna, Fernando Gutiérrez, asegura que no tiene las actas de lo ocurrido pese a que estuvo en todas las diligencias. En sus folios del 2017 no figuran denuncias por violación, solo el embarazo de una menor de 13 años. 

Malca vivía al lado del colegio primario, en la calle principal que traza el distrito. Los vecinos dicen que era muy allegado a los padres de sus alumnas, pues participaba siempre en las reuniones sociales que estos tenían en los caseríos. Al parecer, se había granjeado ante ellos una figura dominante, casi al nivel de una autoridad. Llamaba a las menores “mis niñas” y se imponía a sus familiares. Actualmente, nombrar a Malca en cualquier sector de Namora, resulta una abominación.
Un puñado de taladores comenta con recelo que el violador está oculto en su vivienda, ahora dedicado a la fabricación de charangos. En la IE Segundo Briones, dos maestras tienen la misma versión y similar desconfianza. Hoy un grupo de niños ensaya su baile de promoción en el patio del colegio. Hace dos años, por estos días, Angelita y sus amigas practicaban un vals parecido ante la siniestra mirada del docente. Además de todo, debían bailar con él.

Los caseríos de Namora están enclavados entre bosques de eucaliptos y cultivos de papa, a los bordes de la carretera Cajamarca – Cajabamba. Uno de ellos es Cau Cau, donde hay apenas una decena de viviendas de barro con techos de calamina gruesa. Frente a la casa donde su hija estuvo a punto de matarse, María cuenta que la escolar solo resistió un año más en Namora tras su confesión. Los insultos de las nietas del profesor Malca obligaron a que la niña viaje a Lima con un familiar, en busca de paz. 

Para María está claro que Malca sigue en Namora. Se lo dicen los compañeros de limpieza que tuvo en el municipio del distrito, los vecinos que la han visto llorar por justicia en la calle. Sabe también que hay policías no actúan o, por el contrario, que alertan al violador. Según afirma, algo así ocurrió hace unos días: los moradores consiguieron que se ejecute un descerraje en la casa del violador; pero al ingresar, las autoridades no lo encontraron. 
A unos 10 minutos de Cau Cau, por un camino de trocha, se extienden los caseríos de Casa Blanca y el de la laguna de San Nicolás. Allí viven las otras cinco víctimas de Malca. Ellas estudian en el colegio secundario Santa Rosa de Namora. Dicen que todavía tienen que soportar burlas y que, a veces, los mismos profesores las deshonran. 
El año pasado, cuando Namora no salía de la consternación por el caso Malca, un auxiliar y una profesora del mismo plantel secundario fueron acusados por las rondas campesinas de mantener relaciones íntimas con estudiantes del quinto año. Ambos tuvieron que dejar sus puestos y huir.

-Monstruos de Cajabamba-
Una mañana del 2016, Felícita P. acudió sin avisar al colegio primario 82284 de Cajabamba, donde estudiaba Marleny, su hija mayor. Lo hizo porque la niña, entonces de 11 años, le pedía siempre que no vaya. Lloraba en su casa y nunca daba razón. En el colegio, Felícita encontró a Marleny sentada sobre unas gradas. Tenía el dedo índice doblado y se retorcía de dolor. Ante su madre, la niña revelaría una serie de abusos físicos y sexuales con que el profesor Luis Vásquez Da Silva atormentaba a sus alumnas. Las sometía en el aula y dentro del cuarto que alquilaba en Cajabamba para vivir.

Quince niñas más tuvieron la misma dolorosa confrontación con sus padres. Era junio del 2016, estaban en sexto grado, pero las agresiones habían comenzado desde que cursaban el segundo año de primaria. Cuando el cúmulo de acusaciones estalló, Da Silva ya se había ido de Cajabamba. Fue capturado en Iquitos y al día siguiente se suicidó en el penal de Huacaríz, Cajamarca.
Felícita P. vive en el centro poblado Parubamba, cerca del centro de Cajabamba. Esta mañana de diciembre, la mujer de 42 años prepara mazamorra que en la tarde saldrá a vender en la plaza de armas. Tiene una expresión dura y triste, que se agrava con el fondo de sus paredes cargadas de hollín. Ella sospecha que en los días siguientes a su confesión, Marleny también intentó suicidarse. Dice que a inicios de este año, su hija fue víctima de mofas crueles en el colegio donde ahora estudia, pero que ya está más repuesta.

Para Felícita, lo más duro, tras las revelación de Marleny, ha sido enterarse cómo algunos profesores habrían encubierto lo que ocurría. Nunca reclamaron cuando escuchaban llorar a las niñas o si veían su salón siempre cerrado como un claustro, asegura. “¿Qué agua bendita les pondrán ahora?, les preguntaban riéndose?”, comenta. Y se llena de ira. 

Felícita cuenta que, en octubre, la plana docente celebraba una fiesta con torres de cajas de cerveza, sin el menor respeto por lo sucedido con las niñas un año atrás. Era el aniversario del colegio, pero por una presión de los padres afectados la fiscalía detuvo la celebración. “Insensibilidad, injusticia… nunca más volveremos a vivir igual”.
La mujer debe disimular bruscamente. Marleny ha entrado contenta a su casa. La abraza y sonríe sin sobresaltos. En unas horas, cuando Felícita venda mazamorra en la plaza de armas, la niña y sus compañeras expondrán allí unos lienzos hechos en clase. No pregunta quiénes somos, pero algo intuye. Antes de irse a almorzar, muestra un reloj que lleva la imagen de la Virgen de Guadalupe y sonríe de nuevo. “Siempre me protege”, dice. Nadie conoce los demonios que aún la aquejan. Felícita no ha intentado que su hija vuelva a recordar.

Solo a dos cuadras, cubierta por paltos y eucaliptos, está la casa de Rosa C., madre de otra de las víctimas de Da Silva. A su hija, hoy de 13 años, el infausto profesor la amenazaba poniéndole un cuchillo de cocina en el cuello. La niña también reveló a Rosa que otros profesores del colegio primario sabían lo que pasaba. Rosa acusa que la misma indiferencia encontró en la policía y en la fiscalía cuando el caso se destapó. Dice que la impotencia la mata lentamente, por eso intenta disiparse a diario entre sus cultivos de alfalfa y maíz. Una costumbre en la que casi se ha automatizado para no pensar.

El CE 82284 tiene paredes blancas y lilas, los colores del uniforme que usan los alumnos desde inicios de año. Las madres de familia plantearon el cambio como para iniciar otra historia en este plantel fundado en 1874 y cuyo lema reza “Luz del saber”. La parte alta de las paredes luce llena de cuadros con fotos de las promociones de casi los últimos 40 años. Menos la que Da Silva tenía a cargo y fulminaba. El patio principal está al pie de una enorme loma salpicada de pequeños caseríos. Los niños corren y juegan pero a simple vista no hay un auxiliar a su cuidado. El director, José Vargas Rojas, no está. Pide, a través de una maestra, que lo busquemos en otro lugar, pero allá donde nos cita tampoco lo encontramos.

Cajabamba tiene una realidad muy similar a la de Namora: hay pocos policías en sus dos comisarías y un aparato fiscal, presuntamente, lento y que ha causado mucha desconfianza en la población. Olga Carranza, subprefecta del distrito de Cachachi, señala que fue tal la indiferencia con las víctimas de Da Silva que, cuando este cayó, los fiscales asignados no tenían una acusación lista. “No hay seguridad en los colegios, tenemos pocos policías y una fiscalía impasible”, lamenta.

-Infiernos lejanos-
En lo que va de este año, el Frente Policial Cajamarca ha registrado más de 126 denuncias por casos de violación en la región. Entre el 2016 y el 2017, 31 sujetos requisitoriados por el delito en cuestión han sido capturados. Cajamarca está plagada de casos escabrosos, los más graves están enmarcados en localidades más distantes de la capital del departamento.

A fines de setiembre, un joven de 17 años violó y asesinó a su hijo recién nacido en la comunidad de Iraca, en Querocoto. En el caserío de Santo Domingo, distrito de Pimpingos, en Cutervo, una niña de 10 años quedó embarazada, al parecer, de su tío Amado Burga Delgado. Y en la IE Alfonso Villanueva Pinillos de Jaén, el Ministerio Público sigue la investigación del supuesto ultraje a una niña dentro del mismo plantel y en horas de clases.

El último caso de un profesor relacionado con una alumna en Cajamarca ha ocurrido en la localidad de San Juan de Lluchubamba. Allí una escolar de 13 años resultó embarazada del violador, y la figura es por demás similar a los sucesos de Namora y Cajabamba. Es decir, un sujeto que se ganó la confianza de los padres de familia y logró ser visto como una autoridad, casi al nivel de un fiscal o un policía. 

En Liclipampa, un caserío del centro poblado Chuquibamba, en Cachachi, a una hora de Cajabamba, María Rodríguez Cruzado lleva esperando desde julio que Ricardo Quiliche Acebedo, de 24 años, sea detenido por violar a su hija de 14. Quiliche secuestró a la menor en un hostal de Cajabamba, donde la violó y la mantuvo sin alimentarse durante tres días. La mujer indagó sola y pudo llegar de madrugada hasta el lugar. Cuando logró ingresar al cuarto donde estaba la escolar, Quiliche había salido a una tienda. ”Fui a la comisaría para que lo atrapen de inmediato pero el encargado me pidió que me vaya nomás”.

Hoy en día Quiliche cruza por la casa de María Rodríguez riéndose e increpando que le quiten la denuncia. La mujer cuenta que cada vez que se ha presentado en el despacho del fiscal provincial, le han dicho que espere, “que esto no es fácil”. Mientras María Rodríguez declara, una menor de al menos 14 años la abraza y recuesta la cabeza sobre su hombro. Se llama Tania y tiene ocho meses de gestación. “Es mi nuera”, dice María.

-¿Qué pasa en Cajamarca?-
Para el presidente de la Junta de Fiscales de Cajamarca, Alfredo Rebaza Vargas, hasta cuatro factores habrían confluido para que Cajamarca registre los porcentajes más altos en denuncias por violación sexual y violación sexual contra menores. A su juicio, tendría que ver con el machismo arraigado en las zonas rurales de la región, también con el alcoholismo, el poder que ejercen personajes como el profesor sobre una comunidad, y la poca presencia del Estado.

El esquema de las familias en los caseríos es muy patriarcal. Las hijas están relegadas y son ofrecidas en matrimonio desde adolescentes por arreglos entre familias, sostiene el fiscal. “Esto propicia la violencia sexual y familiar en esos ámbitos, lo cual es exacerbado por el alcoholismo, que en Cajamarca abunda”. El fiscal indica que el caso de los profesores tiene una particularidad perjudicial: llegan a vivir solos, generalmente en los mismos colegios, y la condición de profesionales les da cierta hegemonía o trascendencia. “Se integran a la comunidad y algunos abusan de ese rol social”.
En Cajamarca existen muchos caseríos donde la presencia del Estado se da solo a través de los profesores, refiere Rebaza. No tienen postas médicas, ni llegan policías, pero sí un docente al que le dan poder.

El jefe de la Región Policial Cajamarca, coronel Luis Cacho Roncal, reconoció que aqueja una falta de personal en las comisarías: Namora o San Juan de Lluchubamba, por ejemplo. Sin embargo, apuntó que la principal falencia está en la falta de un trabajo educativo entre las familias asentadas en caseríos. “Hay lugares donde se cree que una menor debe ser madre a los 13 o 14 años y esas costumbres también derivan en violencia sexual”.

En esa línea, la doctora Margarita Sáenz, coordinadora del departamento de Obstetricia de la Micro Red de Salud de Cajabamba consideró que se trata de un aspecto cultural muy arraigado en los centros poblados y que ha llevado a disparar la cifra de embarazos adolescentes en Cajabamba (12,8%) casi al nivel del promedio nacional (13,1%). Los casos más dramáticos están en las comunidades cajabambinas de Algamarca, donde hay 12 menores embarazadas de 62 gestantes; o en Chusquibamba, que registra la misma cantidad de adolescentes encinta de 66 gestantes. Por terrible que parezca, es lo crudo y real.
FUENTE: https://elcomercio.pe/peru/cajamarca/cajamarca-mayor-cifra-requisitoriados-violacion-sexual-noticia-480313