La agonía del Capulí

Árbol de Capulí. Antiguo árbol de Cajabamba. Espacio donde bailó "Chepita" Ramirez junto al Libertador Simón Bolívar. 


Escrito por: Jaime Abanto Padilla

El capulí se encontraba hasta hace unos años como uno de los frutos más dulces de la campiña cajamarquina, en los meses de enero y febrero los árboles se llenaban de frutos otorgándole un color rojizo que los convertía en únicos.

Los frutos se vendían en los mercados por montoncitos y por latas, el dulce fruto abundaba y era una de las principales características de los carnavales. Las mantas multicolores se tendían en las veredas en la periferia del mercado y el exquisito fruto se vendía sobre ellas.

Todo iba bien con el capulí por años y así había sido por siglos hasta que un día a alguien se le ocurrió que los árboles de capulí deberían ser usados como unshas, y empezó la tala indiscriminada para vestirlos con pañuelos y serpentinas y algunos otros cachivaches.
 
Añosos árboles que daban sus frutos cada año, de pronto fueron cortados de todas partes de la campiña y traídos a la ciudad para convertirlos en unshas. La gente entonces se embriagaba y bailaba en torno a ellos como una danza de salvajes mientras un hacha se encargaba de cortar otra vez su tronco – ya antes lo habían hecho cuando lo arrancaron de la tierra en donde nació y creció, hoy lo hacían en un ritual pagano-. 

Poco a poco los árboles fueron desapareciendo y las vendedoras que cada año solían sentarse en las veredas a vender el dulce fruto fueron desapareciendo también. Una nueva generación de hombres llegó al mundo sin conocer ya ese fruto ni a esas vendedoras de ojos tristes.

Mis hijas ya no conocen la flor del capulí y es probable que sus hijos y los hijos de sus hijos, es decir, sus nietos no la conozcan tampoco. Fuimos acabando con los capulíes como si fuéramos una plaga. El capulí daba frutos dulces y tenía en cambio una muerte cruel en un ritual primitivo de seres bailando a su alrededor y gritando como cavernícolas.

Las generaciones nuevas no sabrán decirle a una mujer que tiene ojos de capulí - ¿Dónde andará mi dulce Rita de junco y capulí?- decía nuestro César Vallejo asfixiado por Bizancio y tristísimo en un país que no era el suyo cuando vivía en París.

 Aún estamos a tiempo de volver a poblar el valle con el capulí. Todavía podemos reconciliarnos con la naturaleza y enseñarles a nuestros hijos que hay tradiciones que parecen más traiciones a la vida y al planeta. 

 Aún es posible que los nuevos hombres que vendrán mañana saboreen la dulzura de su pulpa y le digan a su amada… Que lindos ojos tienes, parecen los frutos dulces del capulí.

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